En el instituto deberían enseñar a mirar desde los ojos ajenos.
Jorge andaba apresurado por los
pasillos de su instituto, entre las taquillas, con los brazos
repletos de libros. Siempre andaba rápido por no tener que toparse
con ellos. Un chico castaño con el pelo hairflip se chocó contra su
hombro he hizo que se le cayeran algunos libros. Oyó su risilla y se
volvió con enfado. Era Paúl.
-¿Qué pasa, enclenque? ¿Eres un
debilucho y se te caen los libros con un simple toquecillo?
Lo había hecho aposta. En realidad
Jorge era más alto que él, mientras que Paúl era más enclenque;
pero no quería meterse en líos y lo dejó pasar. Recogió sus
libros del suelo mientras el chico reía y continuó su camino. Paúl
le adelantó para ir a encontrarse con su amigo Armando, que se
encontraba riendo en frente de la taquilla de Jorge. Él bufó por lo
bajo. Armando era delgado, demasiado, más alto que Paúl y con el
pelo negro en punta. Ambos llevaban los pantalones caídos y
converses con los cordones desatados. Al lado de la taquilla de
Jorge, estaba la de su novio Javi, y el muchacho estaba apoyado sobre
ella mirando el móvil. Tenía el pelo negro peinado para delante,
era moreno, más bajo que Jorge. Jorge no pudo evitar sonreír por el
simple hecho de verle.
-Hola, Javi. -lo saludó cuando llegó
a su altura.
Él levantó la mirada del móvil para
mirarlo por el rabillo del ojo. Se incorporó y se fue en sentido
contrario sin decirle nada. A Jorge se le heló la sangre. ¿Por qué
se comportaba ahora Javi así con él? Él no había hecho nada para
eso... ¿O sí? No... no había nada... No podría haberlo o lo
sabría...
-¿Qué, te ha dejado el novio, marica?
-se burló Paúl desde atrás mientras Armando reía.
Jorge tragó saliva e impidió salir a
las lágrimas. Evitó girarse para no decirle nada a ese imbécil.
Dejó los libros de mala manera, cerró la taquilla de un portazo y
se fue en pos de su clase, por donde se había ido Javi, con los dos
chicos riendo a sus espaldas. En ese momento pasaba por allí Samuel,
el cabecilla del grupo que estaba siempre metiéndose con él. Eran
cuatro, ese día faltaba Víctor, el pelirrojo. Samuel llevaba el
mismo estilo de peinado que Paúl, pero más rubio. Era alto, ancho e
imponente.
-¡Eeeeh! -le dijo- Que la taquilla no
tiene la culpa de que tú seas marica, ¿eh? Un poco de respeto al
material escolar. -sus amigos reían a carcajadas, Jorge estaba de
espaldas a los tres y seguía andando- A ver si va a ser contagiosa
tu enfermedad mental y te la ha pega'o el novio... ¡Quita, bicho, no
te me acerques, que no quiero ser marica!
Él aguantó las lágrimas. Siguió
hacia delante, recto, con orgullo. Como si le resbalaran todos
aquellos insultos; aunque no fuera así. Lara, la mejor amiga de
Violeta y Jorge en ese instituto, bufó para sus adentros. Lo había
visto y oído todo.
-Imbéciles... -murmuró- Enfermedad
mental la que tenéis vosotros, como para poder decir tantas
tonterías juntas en un sólo momento. Tienen que tener el grado
supremo de “idiotez absoluta”. Por favor...
Se fue lo más rápido que pudo a por
Jorge, y lo pilló justo antes de que éste entrara al baño de
chicos para pasarse toda la clase llorando.
Jus se acercó a Peter en el aula.
Esperó a que estuviera solo.
-Oye, Pet. Sobre lo que me dijiste el
otro día... ¿Por qué me dijiste que te llamara Pedro?
Él miró a los lados para asegurarse
que no hubiera cotillas de por medio y le respondió:
-Mira, Peter me llaman los que sólo
quieren aprovecharse de mí, los que no les importo, los que sólo
les interesa que sea popular y tener un compañero para echarse unos
porros. Pedro me llaman los que me quieren, o los que me respetan por
mi “yo” verdadero, no por lo que les pueda dar, no sé si me
entiendes. Y yo sé que tú no te acercas a mí porque sea popular o
por lo que te pueda proporcionar porque tú no eres así, y también
porque no te puedo dar nada.
-Um... ¿Y cuánta gente te llama
Pedro?
Él se quedó parado y callado unos
momentos. Apartó la vista.
-Casi nadie.
Jus se quedó sin saber qué decir. Se
escuchó la puerta abrirse.
-Vete, que ya está aquí el profesor y
te va a regañar. -le echó Peter.
Dani se preocupaba por intentar pensar
en una escusa para no tener que quedarse ese día cuidando a sus
hermanos cuando se fueran sus padres. Eliot se acercó y le preguntó
que en qué pensaba. Dani se lo dijo.
-Tío, no hagas eso, deberías de
arrimar un poco el hombro y ayudar a tus padres. Yo también lo hago
cuando Espe -su hermana mayor- está fuera. Es lo normal, tendrás
que ayudarles un poco que los pobres están muy atareados.
-Primero: lo tuyo no es lo mismo, tú
sólo los cuidas cuando Espe no está.
-Bueno, y tú cuando no están tus
padres.
-Que no es igual, porque la mayoría de
las veces que tus padres salen está Esperanza allí para cuidaros, y
cuando es Espe quien sale suelen estar tus padres allí. Es igual, y
lo segundo: ¿y por qué tengo que cuidarlos yo cuando no me cuidaron
a mí ellos, que son mis padres?
-Venga, no seas, te dejaron algunas
veces con otros cuando no estaban ellos; pero ya está... Como hacen
ahora con Lucas Martín y Caro: los dejan contigo.
-Bueno, pues que los dejen con los
abuelos como hicieron conmigo.
-¿Y no crees que tus abuelos ya han
tenido bastante con tener que criarte a ti y a ellos?
-¡Pero es que no es justo! ¿Por qué
siempre tengo que cuidarlos yo? Que se quede Lucas cuidando a Caro,
por ejemplo.
Él escondió una risa.
-Por favor... ¿Pero tú estás
escuchando lo que estás diciendo? Martín es demasiado pequeño como
para cuidar de Caro.
-Quién nos escuché va a pensar que
estamos locos, hablando con dos nombres de la misma persona...
-comentó Daniel. Ambos sonrieron.
-Lo sé. Pero volvamos al tema, Dani,
por mucho que no te guste Lucas no va a poder suplantarte cuidando el
de Caro hasta que no tenga por lo menos trece años, y sabiendo cómo
son tus padres no le dejaran al cargo hasta los quince. O sea, que te
quedan por lo menos cinco años. Y de todas formas ¿tanto te cuesta?
¿no puedes quedarte cuidando de ellos una vez de vez en cuando? Tú
piensa que ellos siempre están ahí para ayudaros y darían todo por
vosotros ¿tanto te cuesta ayudarles tú a ellos sólo un rato?
-Jo, tío... Eres como mis padres.
Bueno, no, tú eres peor: porque encima a ti te lo cuento y luego me
haces sentirme mal.
Él sonrió.
-¿Los cuidarás?
-Está bien, de acuerdo. Pero sólo si
tú vienes a ayudarme a poder pasar el rato.
-Vale; pero si me dejas llevarme a
Bartolomé, que hoy yo también tengo que cuidarlo mientras Espe va
con Sara al cine.
Daniel se aguantó una risa.
-En serio que sigo sin entender cómo a
tus padres se les ocurrió ponerle ese nombre. Es un nombre demasiado
grande para una persona tan pequeña.
Él se encogió con una sonrisa.
-Ya crecerá.
-No, en serio: Esperanza, Sara,
Eliot... hasta ahí iba bien; pero ¿Bartolomé?
-Déjalo ya, anda.
-Vale, vale. -dijo aguantando la risa.
Justin llamó a Agustín y se tiró
sobre la cama nada más llegar a casa. Tenía ganas de escuchar su
voz, y la comida todavía no estaba hecha. Al rato de la
conversación, Agustín le preguntó:
-Oye, Jus, ¿has visto a Antonio?
-¿Antonio? … ¿Tu ex?
-Sí... El primero.
Justin no le contestó.
-Eh, venga, Jus. Que es sólo porque
quiero saber cómo está. Ya sabes que no lo traté del todo bien
y... Me gustaría saber cómo le va la vida, es sólo eso.
-Ya, tú sueles utilizar a la gente.
-Ya... ¡Oye! Que ya no lo hago, y
además, tú no puedes quejarte de eso porque yo a ti no te he
utilizado nunca.
-Claro, claro... -dijo en un tono que
Agus no supo identificar si era irónico o le daba la razón.
-¡Jus!
-¿Qué? Oye, que tengo que dejarte. Me
llama mi madre para ir a comer. Y no, no lo he visto. Bueno, sí, le
vi alguna vez pasando por los pasillos; pero ya está, no sé cómo
le irá la vida ni na'. Si quieres mañana se lo pregunto a
Margarita, a ver si ella sabe algo.
-Vale. Grax.
-Nada. Oye ¿y de Marcos? ¿No
preguntas?
-No, a ese tío me da igual cómo le
vaya. Es mala gente.
-¿Por qué? ¿Por querer utilizarte
igual que tú lo hacías?
-Um... Puede... -se hizo el
interesante- Bueno, vete que se te enfría la comida.
-Adiós.
-Adiós... cari. -le preocupaba si a
Jus podría haberle molestado su pregunta; aunque sabía que era
complicado molestarlo. No, no le había importado; pero ahora le daba
curiosidad preguntarle a Marga.
Ainoa andaba por la calle con su
hermano, Robin. Era cuatro años mayor que ellos, tenía veinte e iba
a la universidad. Su madre le había pedido que cuando saliera de
estudiar con un amigo suyo se pasara por la casa de Estrella para que
volvieran los dos juntos. No estaba a demasiada distancia; pero así
su madre se quedaba algo más tranquila. Además, de todas formas
iban a tener que hacer el mismo camino. Robin metió las manos en los
bolsillos.
-Mierda... -dijo- Se me han olvidado
las llaves en casa.
-Tan despistado como siempre. -sonrió
su hermana.
-¿Tú las tienes?
-No.
-Pues tendremos que esperar a mamá, ha
salido a comprar. Le mandaré un mensaje para que nos llame cuando
llegue, ¿vale? Mientras quedémonos aquí mismo -estaban al lado de
un parque- para no tener que esperar en el portal de casa mientras
todos los vecinos comentan lo despistados que somos.
-¡Oye! Despistado tú, que a mí nadie
me ha dicho que tuviera que coger las llaves y tú se supone que eres
el que las lleva encima siempre.
Robin sonrió.
-Vale, vale, está bien. Mía culpa.
Pero vamos a sentarnos en el césped, anda, que ha sido hoy un día
largo y estoy cansado.
-Vale.
Se sentaron con la espalda apoyada uno
en la del otro. Sin darse cuenta, ambos cogieron a la vez una
margarita y empezaron a quitar petalos uno por uno. Para su suerte,
el otro no se había dado cuenta; si no podría darse cuenta y
empezar a hacer preguntas incómodas.
Era de noche. Violeta salió de su casa
y vio a Rubén en un coche que no era el suyo. Llevaba una gorra
negra que hacía que no se le viera bien la cara. Se acercó como si
una fuerza le impulsara. Alguien le tocó la cintura y se volvió.
Era... ¿Rubén? Habría visto mal al conductor del coche. Fue a
saludarle, aunque le veía raro: vestido de oscuro y con la cara casi
tapada por completo. Rubén le tapó la boca en cuanto la abrió.
Abrió los ojos. Estaba en ese
siniestro coche, atada. Delante de ella, estaban Rubén y otro
hombre. No se lo podía creer. Rubén... No... Él no era así, no
podía serlo. ¿O quizás sí? Empezó a llorar desesperada y
asustada.